jueves, marzo 27, 2008

Las luces me matan


Yo sabía que tenía que comprar esta película sin siquiera haberla visto. Yo sabía. Desde que vi el afiche, o mejor, desde que me enteré del nombre: "La vida me mata". Es fuerte, pero cómico. Es serio, pero juguetón. Es como "mátenme por que me muero", ese afiche de otra película que vimos con la java en en Journal. Es como esas contradicciones de las que te cubren la existencia. Esas cosas que de tan ridículas, de tan “yiaaa”, se te hacen irresistiblemente concretas. Sabrosas. No sé. Yo sabía, nada más. Yo sabía.

Lo extraño - por que, como ya dije, lo demás era eventual -, fue al final: ahí, después de ver los extras del dvd, mientras java dormía, le robé un cigarro. Nunca salgo al balcón, nunca fumo en la semana, pero ya, salí porque sí. Tenía ganas. Mientras miraba las estrellas imaginando que estaba en el campo abierto (un ejercicio que pa'mí es sano), vi tres de ellas que se movían. Tres luces. Tres putas luces alineadas. Primero pensé que formaban parte de un avión - lo que no es extraño - , pero se separaron y fueron independientes; después pensé que eran pájaros iluminados por algo – menos extraño aún - , pero eran de colores distintos cada uno. Además eran brillantes, titilantes, l-u-c-e-s, con todo lo que eso significa. Y si aeso le sumamos que su velocidad era constante y superior a la de un pájaro a esa altura (tomando en cuenta las distancias), la cosa se nubló un poco. y, loco, esas cosas no se confunden.

Me quedé un rato terminando el cigarro. Unos segundos. Después me fui al otro lado del balcón porque, obvio, tenía que ir a ver si seguían avanzando. Fui poco más allá de las escaleras de los otros departamentos, me incliné y ya no había nada. Por más que busqué, cero movimiento. La cuestión era rápida y ya se había terminado.

De eso hace unos minutos. Chucha, no sé porqué, pero estoy emocionado. En una de esas debe ser la película. Eso de pensar en la muerte y esas cosas. No voy a andar escribiendo que vi tres platillos voladores, y menos que eran veloces de colores brillantes y que se perdieron por los cielos de Quilpué. Después van a andar diciendo que estoy loco, que esas weas no existen y que bla bla. Por eso no sigo.
En concreto, en mente sana y cansada, la película es buena, rebuena. Y lo es con todo, hasta con el postshow.
Y eso sería. Mejor me voy a dormir.


Link al sitio oficial de la película: acá

viernes, marzo 07, 2008

en San Carlos conocí tu casa (extracto del recorrido)



Malas fotos saqué. Malas de verdad. Mulas, pencas, chantas. Fue tanta la emoción de ir a San Carlos, de conocer la cuna, el hogar mismo que vio nacer a Violeta Parra, que olvidé calibrar mejor los controles malditos de la cámara. Calibré mi cabeza, y olvidé el foco de la cibershoot. Linda la cosa. Ni por muy 3.2 megapixeles que sea, el resultado nunca fue tan malparido. Una basura llena de ruido, de puntitos insoportables. Y lo peor, me di cuenta sin darme cuenta. Me explico: estaba en la plaza de San Carlos, descansando con mi vieja, cuando ajusté lo que pensaba era un detalle sin importancia. Justo, de ahí en adelante, las fotos salieron bien, como una 3.2 clásica normal. Eso lo descubrí ahora, cuando las descargué. Un “pfff” gigante, loco. Un “avíspate” de oro pa’mí.



Pero igual no me quejo. O sea, me quejo, pero no me alzo en cólera tampoco. La experiencia viaje, con toda esa búsqueda y descubrimiento que trae el pack, me dejó muy buenas sensaciones. Me gusta salir con mi vieja, me gusta agarrarla del brazo y mostrarle lugares. Contarle mis cosas o, simplemente, dar jugo juntos. Ella me sigue, yo la sigo. De lujo.



Apenas bajamos del bus, la caminata se transformó en búsqueda. Saqué el mapa, las cuentas de cuadras por avanzar, y ya. No más de diez minutos y de pronto la casa de Violeta aparecía como detenida en el tiempo. Yo ya la conocía por fotos, por el documental de Luis Vera, pero me costó asumir el encuentro. Los rincones de la construcción, rasgados por los años, parecían pedir auxilio entre las grietas. Su color desteñido era el abandono en sepia. Yo no podía dejar de pensar que, en ese lugar, "Monumento nacional" que ahora vive aquel descuido, se crió la familia Chilena más notable en lo que a las Artes respecta. Pero Violeta, mí gran Violeta de los Andes, fue el fantasma – sin anteojos – que entró y salió por esas puertas cerradas con candado, fue la protagonista.



Fue su presencia la que se deslizó por entre nosotros con gracia. Parado ahí, recorriendo todos los rincones, tratando de reconstruir escenas, me quedé en pausa sin mucho que decir. Grabé videos, tomé fotos (malas), y me acerqué y me alejé las veces necesarias. Qué ganas de abrir las puertas y entrar. Recorrer las piezas, el patio… mirar el techo. Igual tuve el premio de consuelo: de tanto acercarme pude encontrar un agujero que, a todas vistas, era una cerradura ausente. Mirando de cerca pude ver parte de la casa hacía adentro. En la pared que me enfrentaba a lo lejos, podía distinguir una foto de violeta, la misma imagen que ilustra su disco máximo, Las últimas composiciones, pero a color.



Ahí las dudas de mi vieja (que creía que nos habíamos equivocado de casa) se disiparon. Calle Roble Nº535-531, San Carlos. Casa de Violeta Parra, por fin la habíamos conocido.

(...)

miércoles, marzo 05, 2008

El día en que la radio me leyó



Hace un tiempo ya, en un programa de literatura de la Radio Agricultura, transmitieron algunos relatos breves que escribí. Obviamente, no quería dejar pasar semejante acontecimiento, y grabé algunos de ellos en uno de mis casette's reutilizados y requetecontrautilizados en los años pre-mp3. Y, upa, ñor, fue tremendo. El resultado, la lectura, digo. Era todo muy loco, me acuerdo, por que al ser leídos por una extraña, por esa voz hermosa(tan profunda y nítida, como sensual), mis historias parecían ajenas a mis letras... de la mejor manera, lo dejo claro.

Así pasé, sin darme cuenta, al otro lado de mi cabeza. Fue todo y más: emotivo, melancólico, profundo. Y es que sumaron una atmósfera y emoción tal que, creí, se habían escapado a lo escrito, subiéndose a ese gusanillo móvil que llamámos realidad. Por un rato, al menos.

Hoy, que estoy en el sur de mis mejores recuerdos, quise traer el casette aquel, escucharlo en esa radio añeja de mi vieja, y grabarlo en video.

Por esas cosas milagrosas de la tencnología, mi notebook anda generoso: tiene red de no sé dónde, asi que lo subo, lo comparto. Mención aparte - y complementaria - merece el temazo de Joaquín Sabina: "Calle melancolía". Y eso sería.

domingo, marzo 02, 2008

Lunes (otra vez?)




Nunca se esperan los lunes (menos el lunes que inicia marzo), pero no simulo mis ganas de que amanezca para partir.

Poco para mañana, vieja.