martes, diciembre 21, 2010

La necesidad de presencias aladas

(antes de todo, play)








Entre cien o doscientos motivos, su rostro permanece intacto, rígido, flotando en una acuosidad extraña y asquerosa que se esparce. Yo me doy cuenta apenas lanzo la primera frase confusa. Y digo confusa porque el miedo desarticula cualquier comentario. Más para mi, en el centro del espíritu que soy ahora, todo el sentido de los primeros segundos se van en una coladora de hielos que me riega y recorre.

(corre)

El asunto es que su rostro parece de piedra, los silencios pesan toneladas y las toneladas son, bueno, llagas invisibles que te destruyen de a poco, de a gramos.

- Nada puede pesar toneladas, menos los silencios. Es decir, ¿los pensamientos? ¡Qué te pasa!
- No sabía que podías hacer eso… - digo casi sin abrir la boca.
- Qué cosa, ¿escucharte?

No respondo, justo en ese momento el cielo comienza a temblar. Es la primera vez, ¡Un sismo por sobre mí cabeza! Las aves se desquician, las nubes se esfuman sin viento. Vuelvo la mirada y su rostro sigue igual. Quizás sus ojos se abren un poco más, pero está igual.

- ¿Qué haces acá entonces?

Mi pregunta logra que un poco de silencio exista entre nosotros. Un silencio más extenso, digo, una quietud creada por mi. ¡Cuánto me costó crear quietud y acá me veo, asustado, casi cagado!.

- El coro mental diario, lo que te recorre, lo tuyo que recorre al resto, todo... no sé lo que pienses tú, pero es imposible ignorarte. Hace tiempo que es imposible ignorarte.
- ¿Esto no es una visita, verdad?
Ahora pareciera que el silencio viene de su parte, y es jodido soportarlo. Agudo. El blanco de su existencia pareciera contagiar el resto de las cosas, incluso mi propia existencia. Blanco, soy blanco, ¿no existo? Claro que existo, pienso, digo, hago, le hablo.
- No te veo.
-No te ves.
- ¡Soy, sigo siendo!
- Exacto, mil sueños ignorados, lo que dejaste de lado en pos de un colchón compartido, señales a la salida de tu propia casa, las micro conversaciones, sentidos a la mano, dolores físicos. Dios sabe cómo odio que no lo entiendas!
- ¿Un ángel puede odiar?
- Sigues anclándote a cosas mundanas, la necesidad de presencias aladas, de existencias superiores… No me interesa debatir definiciones.

No se abre el cielo, no hay luces ni nada, se abre la cabeza, es algo que veo sin ver, algo que existe desde el centro de la misma conversación. Entonces ahí, justo cuando pretendo deshacer mis propios dolores, mi semilla impura, y deshacerlos por el mero gusto de hacerlo, un calor gigante me marea, me arrastra. Soy liviano, soy el resto de las personas que amo y me aman, soy incluso el odio y los que me odian; soy una extensión máxima, los desamores ridículos, la contradicción; soy el cajón en el que estoy, el cuerpo inerte y mi visión desde la superficie, alejándome, alejándome sin llorar, por fin. Entonces su mano en la mía, la yema de algo que parecen ser dedos viscosos. ¿porqué la existencia pareciera estar tan ligada al rostro? ¿al rostro? Se deshace, se derrite ¿de esto se trataba todo? Claro que no, cómo podría ser todo! TODO lo que todo dicen que es no es más que un poco. Tomo las riendas justo ahora, después de la expiración final, justo en el momento en que no existo y existo otra vez. Y el motivo, los cien motivos, nadie más que yo los sabrá y me retiro. Y me retiro. Soy mi propio testigo y siquiera puedo compartirlo.

lunes, diciembre 13, 2010

Zamba del Arriero