domingo, mayo 31, 2009

Entonces



Entonces, te quedas fumando en la puerta de tu casa, como tratando que el humo y su volatilidad se lleve algunas cosas, algunas sensaciones. Pero el cigarro es nada, el cigarro no es más que humo, y si es por humo pregúntale al espejo empañado cuando intentas transparentar tu vista: de humo ya tienes bastante y lo sabes. Y fumas, digo, y fumas mirando árboles, aves negras desconocidas, el tren que se asoma entre las casas, entre las falsedades y las verdades. Entre lo de adentro y lo de afuera… entre los ecos y lo que está en la superficie, a flor de piel. Entre los ruidos del centro, entre el silencio de los extremos. Entre el sol que se empieza a perder y los naranjos que te tiñen de fotografía.

Te dices, Dios, a veces cuesta tanto mantener la felicidad, y qué fácil resulta perderla. Y en la obviedad de tantas frases como esa, no te queda más que afirmar tus convicciones, apagar el cigarro, y volver a entrar en el mundo que te queda. Al camino que has trazado. A tus cosas, a tu cama, a tus películas. A tus formas que tanto se cuestionan. A tu pasado, a tu presente… incluso al futuro del que tan poco quieres reflexionar, pero que debes.

Y la verdad. Vas por la vida sintiéndote orgulloso de la verdad. Llenándote la boca con su nombre, y con todo lo mal que la falta de ella ha provocado en tu vida y en la de tantas personas. La verdad, que a veces trae tantos o más dolores de cabeza que la mentira… Pero igual ¡Cómo no sentirse orgulloso de ir con tan noble sentimiento – podrías jurar que la verdad sí es un sentimiento - por delante! Y que te costara años darte cuenta lo hace mejor aún, piensas. Más sabroso. Como un durazno jugoso que se escurre por tus dedos. Pero la tienes clara, entre suspiro y suspiro lo sabes, lo entiendes: los ríos poco transparentes protegen a los peces de las aves de rapiña. Los ríos cristalinos son hermosos… pero regalan vulnerabilidad a las criaturas que en el se desplazan. Es así, nada más. Mientras más cristalinas las palabras, más vulnerable los peces que nadan en tu pecho, amigo mío.

De todas formas, a pesar de los años que dejas atrás, de las huellas que se borran como pisadas al borde del mar; a pesar de la gente que cambia; a pesar de sentir que la estabilidad emocional saca garras e intenta quedarse a vivir contigo; a pesar de verte reflejados en otros ojos que lloran desesperados al quererte y no llegar a entenderte; a pesar de querer, no depender de nadie, y aún así, a veces sentirte solo; a pesar de todo, de todos, incluso de los sueños felpudos, y de lo acostumbrado que estás a aferrarte a ellos, tienes todo el derecho a tener miedo. Te lo dices con el puño apretado. Con los ojos bien abiertos. Debes ser coherente con las conversaciones que mantienes contigo mismo… y conmigo. Con los acuerdos afables que se cierran en tu interior. Sino es así, entonces cómo. Sino no es ahora, entonces cuándo. Sino yo, entonces quién.

¿Dudas? Cómo no. Nadie dice que es fácil. Resulta frío ver que lo que dices, y que para ti es el camino más seguro y tranquilo, para otros es una carretera maldita que cruza tifones y tornados destructores. ¿De qué forma explicar ciertos movimientos?. Te preguntas hasta el cansancio cómo entregar paz a quién te mira a la distancia de tus propias pisadas. Y el balance, el círculo concreto que te protege, y el que protege a las demás personas. Todo es tan impenetrable. Y es triste, claro. Como cuando te defines como un tipo duro y quieres mandar todo al carajo, pero te sientas a escribir en el silencio más conmovedor de la madrugada, como para dejar registro de que sigues siendo el mismo de siempre, aunque un poco menos que antes, y un poco más que ahora. Un tipo que dialoga consigo mismo, que se increpa a menudo, que se quiere en algunos intertantos. Y que se siente a un rincón de gran parte del mundo, ese mundo que no lo identifica, agradeciendo la alegría suficiente, los amigos que bastan - y lo abrazan -, el cariño, el amor, la familia, para seguir en lo que estima es el tope, la copa de su árbol más verde. Más firme.

Yo, como tu versión interna, sin necesidad de entenderte del todo - cuándo eso ha sido una necesidad - , te lo agradezco. Independiente del error o acierto que estés cometiendo. Eso es un mal humano, o debiera decir un bien humano! el riesgo digo, que por muy consistente que te creas, siempre estará latente. Tú lo sabes, sino te lo digo yo, sino te doy las gracias yo, no te las dará nadie. Hace tiempo ya que es el rumbo que toman las cosas, y voy queriendo hacerte barra con una copa en la mano. Como a ti te gusta. Con alguna canción de Sabina. Con alguna melodía nocturna de Chopin.

Por eso, un brindis grosero a tu salud. A ti, a mi, y a las personas que a veces, inevitablemente, son arrastradas con esas decisiones que de tan correctas, se acercan inevitablemente al error. Un salud con el trago más barato del supermercado, pero con el más consistente de los sabores.

Atentamente, con todo el aprecio que te tengo, tu yo interno.



oguh

sábado, mayo 16, 2009

Las autopistas también sienten

intervención en autopistas urbanas por el grupo grifo www.grifo.cl para el libro TAG


lunes, mayo 11, 2009

muahahaaa!




¡Chuata! me hackeo Marquito!

martes, mayo 05, 2009