lunes, febrero 22, 2010

íntimos del lobo




En las mismas tripas del mundo, la digestión y el tránsito a distintas velocidades, los libros incompletos, las canciones repetidas, todo, todo va sugiriendo frentes diversos en los que poner la vista. Mis zapatillas enfermas se aferran a húmedas escaleras matinales, y de noche mis ojos cafés se diluyen en pasajes oscuros, cuando voy por cigarros, cuando vuelvo mirando el cielo de ampolletas intermitentes, pisando adoquines que me parecen atemporales. Alguna vez podría reconocerme desde lejos, pienso, pero no es el momento. Es el ascenso, el peldaño por peldaño, la celeridad sin adelantar el tranco. El reconocimiento. El paisaje que pareciera recogerse sobre las existencias individuales. Eso que a veces me da risa. Hay muchas cosas hoy que me dan risa.

Por sobre la piel, el alma; por sobre tus ojos, mis ojos. Hay mil voces que gritan y entre todas me hablas delicada, concreta, a veces un poco doliente con los zarpasos de la vida, cruda como un papel lustre celeste, asomada entre un libro grueso asfixiante. Te rescato porque necesito que me ayudes a otros rescates, porque eres medicina y mermelada, y al final nos reímos de un baile que nos despeja de números congelados, justo cuando el sol desaparece por ahí.

El vino está servido, y qué bien que así sea. El brindis es una mueca pequeña. El cigarro unos ojos entrecerrados que sonríen por su cuenta. Es el momento indicado. El pasaje, mientras tanto, es atravesado por otra alma desconocida que a su vez nos desconoce a nosotros: los turistas establecidos que miran con resquemor la belleza de un puerto huraño. Pero bueno, decimos entre sorbos, el saurio duerme tranquilo. Nosotros dormimos tranquilos también. El organismo sigue funcionando, mi corazón latiendo. Es otro día que se va, otro abrazo que nos espera. La planta verde reinicia su enredadera, mientras todo lo demás se mastica, allá en la boca del lobo del que hoy somos amigos íntimos.

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