viernes, marzo 07, 2008

en San Carlos conocí tu casa (extracto del recorrido)



Malas fotos saqué. Malas de verdad. Mulas, pencas, chantas. Fue tanta la emoción de ir a San Carlos, de conocer la cuna, el hogar mismo que vio nacer a Violeta Parra, que olvidé calibrar mejor los controles malditos de la cámara. Calibré mi cabeza, y olvidé el foco de la cibershoot. Linda la cosa. Ni por muy 3.2 megapixeles que sea, el resultado nunca fue tan malparido. Una basura llena de ruido, de puntitos insoportables. Y lo peor, me di cuenta sin darme cuenta. Me explico: estaba en la plaza de San Carlos, descansando con mi vieja, cuando ajusté lo que pensaba era un detalle sin importancia. Justo, de ahí en adelante, las fotos salieron bien, como una 3.2 clásica normal. Eso lo descubrí ahora, cuando las descargué. Un “pfff” gigante, loco. Un “avíspate” de oro pa’mí.



Pero igual no me quejo. O sea, me quejo, pero no me alzo en cólera tampoco. La experiencia viaje, con toda esa búsqueda y descubrimiento que trae el pack, me dejó muy buenas sensaciones. Me gusta salir con mi vieja, me gusta agarrarla del brazo y mostrarle lugares. Contarle mis cosas o, simplemente, dar jugo juntos. Ella me sigue, yo la sigo. De lujo.



Apenas bajamos del bus, la caminata se transformó en búsqueda. Saqué el mapa, las cuentas de cuadras por avanzar, y ya. No más de diez minutos y de pronto la casa de Violeta aparecía como detenida en el tiempo. Yo ya la conocía por fotos, por el documental de Luis Vera, pero me costó asumir el encuentro. Los rincones de la construcción, rasgados por los años, parecían pedir auxilio entre las grietas. Su color desteñido era el abandono en sepia. Yo no podía dejar de pensar que, en ese lugar, "Monumento nacional" que ahora vive aquel descuido, se crió la familia Chilena más notable en lo que a las Artes respecta. Pero Violeta, mí gran Violeta de los Andes, fue el fantasma – sin anteojos – que entró y salió por esas puertas cerradas con candado, fue la protagonista.



Fue su presencia la que se deslizó por entre nosotros con gracia. Parado ahí, recorriendo todos los rincones, tratando de reconstruir escenas, me quedé en pausa sin mucho que decir. Grabé videos, tomé fotos (malas), y me acerqué y me alejé las veces necesarias. Qué ganas de abrir las puertas y entrar. Recorrer las piezas, el patio… mirar el techo. Igual tuve el premio de consuelo: de tanto acercarme pude encontrar un agujero que, a todas vistas, era una cerradura ausente. Mirando de cerca pude ver parte de la casa hacía adentro. En la pared que me enfrentaba a lo lejos, podía distinguir una foto de violeta, la misma imagen que ilustra su disco máximo, Las últimas composiciones, pero a color.



Ahí las dudas de mi vieja (que creía que nos habíamos equivocado de casa) se disiparon. Calle Roble Nº535-531, San Carlos. Casa de Violeta Parra, por fin la habíamos conocido.

(...)

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