martes, noviembre 04, 2008

los ecos sordos

a los pasos de hora, a las horas con pasos, loco. Ya son varias las tardes y las noches sin decibel que merezca la atención. Y así, cuando la soledad es un estado duradero (con forma, aroma, textura, pero sobre todo con forma), cuando el frío te cala los pies descalzos, cuando no quedas más que tú mismo, un té tibio, y la madrugada; justo ahí, en ese preciso momento, el silencio puede escucharse con nitidez. Y es agudo, ¿sabes? es agudo y constante, no puedes ignorarlo. Sobre todo cuando ignorar significa quedarte suspendido en la nada.

Ah, de pronto es todo tan eterno, tan llevado a mis tiempos espesos, que podría dibujarme dentro de los propios miedos, sin salirme de los márgenes, sin repasar los bordes, y sobre todo, sin llegar a desconocer el resultado.

Y a veces cuesta: todas las piezas son habitadas por un grillo, y en cada esquina dos ecos secos me siguen después de las doce. Y yo hago como si nada. Sigo los pasos de hora, y a la hora con los pasos, nada más. Justo cuando el reloj se muestra cuerdo, yo me desquicio un poco, y me pongo a dormir. Por suerte los ecos son sordos, me digo, aunque no sé hasta qué punto.

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