martes, octubre 21, 2008

merecimientos en cajitas de veinte comprimidos


Mis brazos caen bordeando mis piernas, y mis piernas, firmes al suelo como raíces, a su vez sostienen mis brazos cansados. Así no más, el desgano momentáneo me entrega a la suerte de mis gravedades instantáneas. Pero qué, pero cuándo, pero dónde. Pienso en no pensar, y en pensar eso se me van las horas en elegías sabrosas. Nada que ver. Un paso adelante, otro al lado, y me deslizo suavemente, como pinguino, cuesta abajo, dejándome caer en acantilados congelados. Las decisiones pesan, y de esas cargas no te libras con ayuda: te las llevas siempre, te impulsan o te hunden, pero se van contigo. Y sigo. Las velocidades son variables, y al pasar las escenas se muestran nítidas, listas para fotografiar, para archivar entre los recortes más disparejos y amarillos. Hay tanta geometría, tanto rectángulo vicioso (no sólo los círculos lo son), tanta forma absurda en las historias, que absurdo quiere hacerme crepitar en ellas.
Me deslizo, porque es lo que debo; me dejo caer, porque no me queda otra, porque soy culpable, porque soy la víctima, porque soy un puto ser humano, y porque la canción lo dice. Entre la gente no hay aplausos ni entendimientos absolutos, hay simple comprensión, pero todo va bajo un velo de silencio hirsuto que me hace levantar la altura en las miras, y de puro jodido que soy, no más. Es en esos estados de atención silente es donde me detengo, pero lo hago sin dejar de moverme, porque si lo hago, me congelo, me muero, me desintegro, me derrito. En eso quiero ser dacroniano, terrícolas. Voy a pestañear más a la defensiva, voy a mirar con lujos para retomar los detalles. Y creo en esas cosas con tanta convicción que me atemoriza entenderlo al cien por cien. Pero sigo avanzando (o retrocediendo, según dónde se mire la escena), y hay tantas metas como partidas nuevas al frente. Yo quiero levantar los brazos, aferrarme, frenar, ver bien qué sector tomar, darme el tiempo, elegir... pero estoy cansado, y el camino, y su fortuna, y sus baches, en estos casos, en estas copiosas lluvias de confusiones, son implacables conmigo, contigo… con cualquiera. Pero los merecimientos están a la vuelta de la esquina, y ahí algún viejo lo entregará al que pase, ¿no?
Mientras, la canción, una de tantas, sigue sonando, y yo cierro, y yo aseguro, y yo me tomo otro sorbo de un jugo de peras en polvo. Y la vida continua, dijo el cursi.

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