jueves, enero 21, 2010

Organización

Listo, hoy agarré mis cosas bajo el brazo y me lancé cerro abajo con la punta de la lengua afuera. Corriendo como picapiedra. Secándome con cada paso hasta llegar a la Plaza Aníbal Pinto.
La escena: los mismos maestros tomando café, los adoquines mojados, los turistas madrugadores que se asoman a tomar fotos pintorescas, y esa pareja de pacos, relajados ellos, que parecieran turistear también. Todos, y yo, y otros tantos que bajan a paso firme, todos parte de una grilla cotidiana agradable. Y para variar, infaltable, el gato con bigote hitleriano que ignoró mi celeridad matinal, como siempre. Entre pasos largos, y tratar que los fonos no salieran disparados de mis pailas, fue gracioso darme cuenta que el minino, con esa tendencia estilística tan facha, viva en una biblioteca popular que presumen en letra grande lo POPULAR. En un lugar repleto de Víctor Jara's, Violeta Parra's y Allende's. Propiedad - atención - de un tipo tan, pero tan caricaturescamente zurdo, que emula al Che desde su boina verde con estrella en adelante. Plop. Como sea, a quién le importa. ¿En qué estaba? El gato... me gustan los gatos, y el felino hitleriano, aparte, me cae bien. Es de esos que te miran sin mirarte. Esos que entrecierran los ojos y se desenfocan en un punto de fuga distinto. Más allá del entendimiento humano. No te pescan y no tienen la menor intención de hacerlo tampoco. Un cuchito cuchito a la pasada no más, cruzar mi brazo izquierdo sobre mis cosas y apurar el tranco al borde de las veredas. Abajo diviso una de las micros verdes, las que me sirven, y si se me pasa, ay de mí, cagué. Apure, mijo, chicotée los caracoles, y mis talones que a cada paso parecen retumbar en mi nunca. La canción que en los fonos da paso a la otra ahora es sólo ruido. Dedo índice en alto. Arriba. Gracias, buenos días, sí, directo-Viña del mar. Micro vacía. Afuera mi libro, una revisada de pasada a mi moleskine de mentira, y hormigueo en mis pies. Música y viaje. Bien.

Últimamente mis mañanas son correr, bañarme, comer, lavar la loza, alargar los pasos, cerrar con llave, dejar bolsas, querer volver a besarla. De verdad, querer volver a besarla y no salir más. Deseos felpudos de hacer de mi jornada un asunto ridículamente corto. Una nanojornada. Onda, chao, me voy, hola, fue un día agotador! Quedarme asomado en la ventana, tomar un café esperando a que despierten, viendo un cielo preciosamente nublado, como hoy. Poder sorprenderlos con un desayuno grosero, memorable, dedicado, y al mismo tiempo sencillo: té y huevos revueltos. Lo mejor. Y la raspadura al pequeño hombre que levantará sus cejas y dirá alguna frase publicitaria, de puro gusto. Pero no, correr y correr para luego seguir corriendo. Es mi realidad de las últimas semanas. Creo que debo urgar, actuar y cambiar algunos minutos de alarma, y la alarma misma del aparato celular. A ceci le carga y hoy me di cuenta que a mi también, apenas tengo oportunidad silencio el ring de un manotón. Esté dónde esté. Quizás incluso pongo la cara del gato hitler de puro disgusto. Y, no sé, parece que soñé con una mañana holgada la otra vez. Y la quiero a mi alcance. En esos tiempos recientes en que incluso me alcanzaba para leer un poco. O para escribir. O para sentarme un rato a escuchar como el mundo inicia su frenesí normal. Organización le dicen. Creo conocer esa palabra. Quiero ver más en mis mañanas. Más de lo que veo. Qué le voy a hacer, ese tipo de hambre me identifica.

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